Erreka Gil
La esquizofrenia es un trastorno mental caracterizado por una combinación de síntomas positivos y negativos, aislamiento social, apatía, déficits cognitivos como pérdida de memoria verbal, lenguaje desorganizado, excitación, desorden de ideas y alucinaciones. La esquizofrenia tiene un gran componente genético, aunque el abuso de drogas, el aislamiento social, el estrés y la ansiedad crónica, junto a la inactividad y malos hábitos alimentarios aumentan el riesgo de desarrollar de esta enfermedad.
Las personas que han sido diagnosticadas de una esquizofrenia tienen una esperanza de vida reducida debido al aumento en el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares y metabólicas por la propia enfermedad, los tratamientos antisicóticos y antidepresivos, así como el estilo de vida perjudicial. La mayoría de los y las pacientes con esquizofrenia presentan sobrepeso debido a que su medicación estimula el apetito y al mismo provoca cansancio y sueño favoreciendo el aislamiento social y un estilo de vida inactivo (Pedersen & Saltin, 2015).
El ejercicio físico aeróbico, especialmente realizado a altas intensidades aumenta la secreción de ciertas hormonas de crecimiento (IGF-1) y factores neurotrópicos (BDNF) que mejoran la neuroplasticidad (personas con enfermedades mentales de depresión, esquizofrenia o víctimas de suicidio presentan niveles bajos de BNDF) y contribuyen al aumento del volumen del hipocampo cerebral que se ve reducido en pacientes con esquizofrenia (Andrade e Silva et al., 2015). Otros posibles mecanismos terapéuticos del ejercicio en esta enfermedad son la disminución de la muerte celular y del estrés oxidativo (Andrade e Silva et al., 2015; Pedersen & Saltin, 2015).
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